La tradición ancestral de los pueblos originarios de Nahuizalco rinde homenaje cada noche del 1 de noviembre a sus familiares ya fallecidos.
“Ángeles somos, del cielo venimos, pidiendo canchules para nuestro camino”, es el rezo heredado que niños, jóvenes y adultos pronuncian, tanto habitantes y visitantes, como parte de la celebración nahuizalqueña.
La conmemoración se hace el 1 de noviembre, en víspera del Día de los Fieles Difuntos.
En la actualidad, hogares, barrios y negocios colocan altares con flores, velas, frutas, incienso, alimentos tradicionales, retratos y decoraciones con papel picado en memoria de sus familiares.
La historia narra que antiguamente la tradición de los canchules consistía en que las personas llegaban desde las diferentes comunidades hacia el cementerio del pueblo, donde estaban los restos de sus familiares que habían partido de este mundo.
En el camino, pasaban de casa en casa pidiendo provisión de alimentos, o la conocida kanshultia, para compartir en el panteón y ofrendar en honor a sus muertos.
Canchul o kanshul es una palabra de origen náhuat con significado incierto. Algunas personas lo interpretan como “manifestación de fe”, otras como “acto de compartir alimentos”. Sin embargo, la tradición es conocida popularmente como “pidón” o “persona que pide”.
“El día de hoy se celebra la muerte y se reconoce como parte fundamental del ciclo vital. En los canchules, la muerte adquiere un carácter solemne y a la vez festivo”, comentó Alberto Cruz, director de Multiculturalidad del Ministerio de Cultura.
El evento se festeja con matices sincréticos al incluir elementos cristianos en los altares de muertos, como lo son las imágenes de diferentes santos de la Iglesia católica.
Sobre la relevancia de mantener viva las costumbres, el director Cruz enfatizó: “Nos dan identidad y nos hacen recordar a los que ya partieron de este mundo; la celebración de los canchules es un motivo importante porque coincide con la época en la que se recogen las cosechas y es propicio para compartir lo cosechado”, expresó.
La actividad está íntimamente vinculada con el calendario agrícola, ya que se realiza justo cuando ha finalizado la época lluviosa y la gente cosecha lo sembrado, cuando es momento de dar gracias porque hay provisiones para la temporada seca.
Dentro la gastronomía con la que los asistentes pudieron deleitarse están los tamales, ticucos, tayuyos, ayote en miel, atoles, chicha, caña de azúcar y una diversidad de frutas de temporada.
La Casa de la Cultura de Nahuizalco fue partícipe de la celebración al montar un altar colorido y variado que cautivó a chicos y grandes.
La conmemoración contó con la participación de la directora de la Casa de la Cultura de Nahuizalco, Iris Larín; el alcalde de la localidad, Hugo Zavaleta; el párroco de la iglesia San Juan Bautista, Pablo Calderón, y el director de Casas de la Cultura, Carlos León.
Con respecto a la alegre noche, León dijo: “Para nosotros, como Casas de la Cultura, es un verdadero placer poder estar acá a pesar de este nuevo contexto de la pandemia, poder participar de esta importante actividad siguiendo y respetando las medidas de bioseguridad y no dejando morir esta tradición tan bonita que tiene el municipio de Nahuizalco”.
El funcionario destacó además: “Esta actividad se ha ido modificando con el paso del tiempo, sin embargo, es la importancia que como Casas de la Cultura contribuyamos para que la tradición se siga preservando de generación en generación”.
El colorido espectáculo cubrió principalmente las calles aledañas al parque central de Nahuizalco, adonde acudieron visitantes y turistas de diferentes partes del país, tal es el caso de José Turcios, proveniente de Acajutla.
“Es primera vez que venimos y me ha parecido excelente. El poder observar las fotografías y retratos de las personas que colocan en los altares es muy bonito, que narra nuestra historia, orígenes”, sostuvo el visitante.
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