Mientras que el Palacio Nacional fue inaugurado el 1 de marzo de 1911, el Teatro Nacional abrió seis años después, en 1917, y constituyen dos de los principales atractivos del centro histórico de San Salvador.
Este 1 de marzo se cumplen los aniversarios 106 del Teatro Nacional de San Salvador y 112 del edificio que una vez albergó a los tres poderes del Estado: El Palacio Nacional, ambos espacios con categoría de Monumento Nacional y administrados por el Ministerio de Cultura.
El primero ha sido escenario de innumerables presentaciones artísticas, disertaciones científicas y encuentros culturales, y constituye uno de los principales atractivos del recuperado centro histórico capitalino.
Las notas periodísticas de la época, como la del Diario Del Salvador del 2 de marzo de 1917, dan cuenta de lo ocurrido durante la inauguración: “Para probar las propiedades acústicas del Teatro, un flautista de la Banda de Santa Tecla, tocó una melodía, la que fue escuchada con deleitación por los dilettantis. El mágico sonido rodaba dulcemente por todos los ámbitos del gran coliseo nacional”.
El edificio —diseñado por el arquitecto francés Daniel Beylard— fue construido con el sistema conocido como hennebique (hormigón armado). Tiene una fachada principal y lateral de 45 m de longitud. La altura desde la acera al parapeto es de 17.43 m y al techo del escenario es de 25.94 m, según la ficha arquitectónica elaborada por la historiadora del arte, Astrid Bahamond.
“Al estilo del Teatro Nacional se le ha denominado renacentista francés, pero realmente es neorrenacentista y ecléctico, esto debido a que posee varios estilos combinados en algunos elementos constructivos y arquitectónicos”, detalla la especialista.
Desde sus inicios, el Teatro Nacional fue escenario de óperas italianas, zarzuelas, dramas, conferencias científicas, conciertos de caridad y filmes cinematográficos importantes. Su capacidad es de 650 asientos, distribuidos en tres niveles entre los cuales destacan el exclusivo palco presidencial.
Pero no todo ha sido esplendor: hubo una época en que se mal usó el teatro y los espacios funcionaron como oficinas de los juzgados de paz, alcaldía, Policía Municipal, biblioteca, Radio Nacional y hasta como sala de cine.
Con el apoyo de las autoridades gubernamentales de la época, inició el rescate del edificio. Roberto Salomón fue contratado como director del Teatro Nacional (1975-1977), quien impulsó la intervención del espacio cultural.
Se contrató además a Ricardo Jiménez Castillo para la obra arquitectónica, a Simón Magaña para la decoración, a Carlos Cañas para la elaboración de murales y pinturas, a Negra Álvarez para los acabados en repujado de cobre, a Salomón para el escenario contemporáneo y artesanos especializados se sumaron al proyecto reinaugurado en 1978.
Destaca de esta intervención una cúpula elipsoidal que contiene un impresionante mural del pintor Carlos Cañas, combinado con una lámpara de cristal.
Tras años de calma y esplendor, el edificio volvió a sufrir daños con los terremotos de enero y febrero de 2001 —ya había resistido la embestida de los terremotos de 1917, 1932, 1965, 1982 y 1986—. Su reparación se llevó a cabo de 2003 a 2008.
En la actualidad, el Teatro Nacional ha sido remozado con obras que incluyeron la restauración del color original del edificio, lo cual se logró tras hacer calas cromáticas en paredes exteriores e interiores, balcones, columnas y elementos decorativos a cargo de la Dirección de Conservación de Bienes Culturales Muebles del Ministerio de Cultura.
El monumento construido gracias al café
El actual Palacio Nacional fue llamado en sus inicios Palacio del Café, ya que a través de un decreto legislativo se estipuló que por cada quintal de café exportado se invertiría un colón para levantar la obra entre 1905 y 1911. En total se utilizaron 50 mil colones.
“El Palacio Nacional es el edificio más emblemático que tiene El Salvador, responde a muchos estilos arquitectónicos: es neoclásico, pero posee otras influencias por lo que podemos decir que es un estilo ecléctico”, indica la directora nacional de Patrimonio, María Isaura Aráuz.
La edificación ocupa un perímetro de 74 m por lado, tiene un patio central en forma de cruz griega donde se ubica el jardín central y, por su organización espacial, se define como un claustro.
En la actualidad, la edificación recibe a cientos de visitantes que aprecian su diseño arquitectónico, muebles, obras de arte e historia, pero por décadas funcionó como sede de los tres poderes del Estado.
El Salón Azul, declarado Monumento Histórico Nacional en 1974, fue la sede de la Asamblea Legislativa, por lo que conserva curules y sillas originales de los diputados, así como un palco que estaba reservado para la prensa.
En el Salón Rosado tuvo su sede la Corte Suprema de Justicia entre 1911 y 1974. En sus paredes se conserva la pintura del primer escudo salvadoreño.
El Salón Amarillo sirvió, hasta 1930, como despacho del presidente de la República, cuya administración tenía a disposición el Salón Rojo, en el cual se pueden apreciar los medallones con los nombres de los 14 departamentos de El Salvador, así como retratos de los expresidentes Fernando Figueroa, Francisco Morazán, Francisco Menéndez, Rafael Campos, Gerardo Barrios y Manuel Enrique Araujo —quien se cree fue velado en este salón tras su asesinato en 1913—.
“El Salón Rojo era el salón de protocolo del presidente; allí recibía las credenciales de los embajadores acreditados en el país. El inmueble tiene 104 habitaciones, cada una con una tipología impresionante, pisos venecianos, pinturas murales irrepetibles”, agregó la arquitecta Aráuz.
Otro espacio destacado es el Salón Jaguar, donde se visualiza la conceptualización de la cultura indígena a través de elementos mitológicos plasmados en sus paredes.
Tanto el Teatro como el Palacio Nacional ofrecen recorridos guiados durante los fines de semana para los visitantes del recuperado centro histórico capitalino, quienes pueden acercarse a disfrutar la monumentalidad de dos edificaciones consideradas joyas arquitectónicas del país.
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